Dos personas se ponen de pie delante de mi, una me saluda con una ademán.
Gente, se mueven por el salón, unos besan en las mejillas, otros hablan sentados en sus sillas; unos pocos revisan una y otra vez los papeles que duermen en sus pupitres.
Yo también estoy sentada como ellos pero mirando a través de la ventana. Los cristales sucios, diría que desde hace meses que están así. Afuera árboles de hojas extrañamente verdes mecen sus ramas al compás del viento que corre en una tarde de otoño.
A lo lejos los techos de pequeñas casas, muy precarias; por cierto, más árboles altos apuntando hacia el cielo como si señalaran el objetivo que quieren alcanzar.
Antes de retomar mi tarea, un giro de mi cabeza hacia la derecha y asalta mis ojos un gran aviso. Sí, está prohibido jugar con celulares, quiero decir usar celulares. Es un aviso para recordarle a los concurrentes que no se permite la tecnología para salvar el aburrimiento.